Mi hija nació el 11 de marzo de 2003, a punto de estrenar una guerra en Irak. Recuerdo su primer mes de vida en un mundo convulsionado por medios que nos estaban vendiendo la opresión de los burkas y las armas de destrucción masiva que tenía el régimen iraquí, el mismo con el que hasta hace no mucho se hacían fotos los dirigentes de occidente, como medio de sostener a este país en la misma zona donde estaba «el peligroso Irán». Asistimos al linchamiento de Sadam Hussein, tumbaron su estatua y todo lo que vino después. España fue arrastrada a una guerra de mentiras con la famosa foto de las Azores. También fueron las manifestaciones del «NO A LA GUERRA».
La mañana del primer cumpleaños de mi hija, de un día feliz lleno de besos y abrazos, se vio ensombrecido por bombas, dolor y llanto de quienes sufrieron la pérdida de alguien. Fue un día terrible.
Estaba en el trabajo y recuerdo estar sentada en el ordenador y empezar a ir viendo las noticias. Compañeras y compañeros se ponían a llamar a familiares y amigos en Madrid para saber si estaban bien, si habían tenido suerte, respirando con alivio porque no les había tocado ir en ese tren. Mientras, yo sentía felicidad y culpabilidad a partes iguales.
Hace 20 años de Irak y el mundo sigue igual de ciego. No hemos aprendido nada.
Ahora que somos testigos de la la masacre en Gaza con medios que están intentando reconducir la situación y contarnos que el estado sionista está en su derecho, que le ampara la legítima defensa después del 7 de octubre, mensaje asumido por los gobiernos del entorno OTAN-UE. Pero es imposible ocultar el sol con un dedo. Leer más