Erase una vez concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena en que el viejo Scrooge estaba muy atareado sentado en su despacho.
Si Charles Dickens viviera hoy, temo que esta sería la historia que estaría contando, la que os voy a contar. Scrooge trabajaría en un despacho en la Unión Europea, o en un ministerio de cualquier país de la misma.
La noche víspera del día de navidad las hijas de una amiga, paraguaya, montaban en un avión rumbo a España para venir a ver a su madre y presentarle a la nieta que aún no conocía. Hicieron el viaje con mucha ilusión y con un desembolso muy grande de dinero para ellas.
Además de la ilusión por ver a su madre, tenían que ser y parecer turistas. En los bolsillos más de 2000€ para acreditar que tenían dinero para gastar en el punto de destino. También tenían que tener una reserva hostelera de al menos dos días (se ve que si vas a ver a mamá no te puedes quedar en su casa). Pagado también el billete de vuelta.
Iniciaron el vuelo con expectación, precaución y algo de miedo, nos pararán en Barajas? En la agencia de viajes les habían dicho que dijeran no conocer a nadie en España cuando les preguntaran y que aunque su madre fuera residente, era mejor que no les hiciera «carta de invitación». Era sospechoso.
El «algo de miedo» no era muy real más bien era mucho miedo. El miedo de quien se sabe sospechosa, por el simple hecho de parecer de otro país, de un país pobre. La piel marroncilla (que diría mi hijo); el pelo tan negro, tan largo y tan lacio tampoco ayudan. Las caras de susto, el no querer elevar la voz para que no se nos note, que la niña no haga mucho ruido. Leer más