Vivo en el centro de Málaga. Desde que accedí a mi primera vivienda lo hice encantada en el centro de mi ciudad. Mi vida siguió avanzando e incorporé a otros inquilinos a mi casa, mi chico y mi hija. La guardería cerca, a los trabajos íbamos andando. Supermercado en la esquina, papelería cerquita (la papelería Morales hoy un noodles), zapaterías, mercerías (Torre y Marymar, toda «mi» vida en calle Santa Lucía), panaderías, ultramarinos, droguería, el mercado central…, todo a dos pasos. Un lujo ir andando/paseando a todos sitios. Esto era «Slow life» de veras. Genial
Queríamos aumentar la familia, mi hija quería un hermanito. El pisito de un dormitorio era cada vez más pequeño.Yo, que había crecido en el campo, corriendo por verdes prados y trepando
a árboles, cazando lagartijas para ver si era verdad lo del rabo y cogiendo grillos, rescatando gorriones y robando manzanas…, quería ir a vivir al campo y a mi chico le gustó esa opción. Empezamos a buscar casa en el campo, pero las lindes poco claras, el poco presupuesto nos quitaron las ganas.
Entremedias apareció nuestra casa. Un piso en un edificio centenario, en pleno centro con unos ventanales maravillosos, luz a raudales, suelos preciosos de baldosa hidráulica. Nos enamoró y no vimos más allá, nos metimos hasta las cejas en obras, veíamos las posibilidades, nos transmitía buenas vibracioness.
Tuvimos a nuestro hijo, la casa estaba cada día más bonita. A la par el entorno empezó a decaer. Proliferaron los «chinos», los «compro-oro». Cerraron locales malagueños emblemáticos y salían como setas locales de franquicias, que casi siempre eran un bar. El centro de mi ciudad se transformaba en el centro de cualquier ciudad. Leer más