La semana pasada mi hija estuvo con el instituto visitando el comedor de Santo Domingo. Le pregunté si no llevaba nada y como si fuera yo la que estaba hablando me dijo que no, porque eso era caridad cristiana y que a las personas no había que darles comida sino ayudarles a salir adelante.
Siempre hemos intentado no adoctrinar a nuestros hijos. Por supuesto en casa manifestamos ambos lo que pensamos y a poco que se nos vea, se nos escuche, se sabe de sobra que cojeamos del pie izquierdo. Es inevitable, somos personas, pensamos y respiramos (útimamente pienso que hasta estamos hiperventilando). Hice de abogada del diablo y le dije que el comedor no sólo da comida, que también, porque las personas necesitan comer, y si no lo hacen allí, dónde; que allí no tienen que mendigar comida, sino que se les invita a sentarse y a comer en un sitio digno.
Mi hija me miró con cara de confusión, en su mirada había desconcierto. Le expliqué que a mi me parece que eso lo han de hacer las instituciones, que el estado no puede dejar a sus ciudadanas y ciudadanos a la intemperie, desprotegidos y que donde no llega el estado tenemos que llegar los demás, eso se llama solidaridad.
Llevó garbanzos, pasta, galletas y algo más que no recuerdo ahora y al volver a casa me dijo que tenía razón. Que tenían un servicio de psicología, que se les ayudaban a buscar trabajo y que el objetivo era que pudieran normalizar su vida y sentirse personas.
A veces me preocupa caer yo en el dogmatismo y ser intransigente con quienes piensan diferente, no quiero que tengan la sensación de que sus padres, o incluso ellos, son los que están en posesión de la verdad. Respeto y pensamiento crítico son lo que permiten avanzar y evitan que caigamos en el dogmatismo. Leer más